Las "Poquianchis" es el sobrenombre y nombre mediático con
el que se conoció a un grupo de asesinas seriales mexicanas activas entre 1954
y 1964, principalmente en la ciudad de San Francisco del Rincón, Guanajuato,
México. El grupo estaba conformado por las 4 hermanas de la familia González
Valenzuela; Delfina González Valenzuela era la líder, nacida en 1912 en El
Salto, Jalisco, México falleció el 17 de agosto de 1970 en Irapuato, Guanajuato,
México. Las otras tres mujeres que formaban el grupo criminal eran: María de
Jesús González Valenzuela, María del Carmen González Valenzuela y María Luisa
"Eva" González Valenzuela, la cual falleció en noviembre de 1984 en
Irapuato, Guanajuato, México).
Las cuatro mujeres eran dueñas de varios burdeles en Guanajuato y
Jalisco, sus víctimas fueron en su mayoría sexoservidoras a su servicio aunque
también asesinaron a clientes y bebés de las mujeres esclavizadas. Su número
confirmado de víctimas son 91, pero se cree pudieron matar más de 150 personas,
convirtiéndolas en las asesinas seriales más prolíficas registradas en la
historia de México, aún más que cualquier asesino serial varón mexicano, y unas
de las más prolíficas asesinas o asesinos en serie del mundo.
La familia González Valenzuela
Las hermanas González nacieron bajo el apellido de "Torres
Valenzuela", fueron hijas del matrimonio conformado por Isidro Torres y
Bernardina Valenzuela, oriundos de El Salto, Jalisco. La familia González era
una familia muy disfuncional, su padre que trabajaba como policía para el
gobierno porfirista, tenía el cargo de alguacil, se mantuvo en el puesto aun
después de la Revolución Mexicana, era un hombre violento, prepotente y
autoritario que con frecuencia golpeaba a su esposa e hijos, se cuenta que
desde pequeñas obligaba a sus hijas a ver las ejecuciones de los presos. Por su
parte su madre era una fanática religiosa.
Los maltratos en la casa González llegaron a tal punto que en cierta
ocasión Carmen González, siendo una adolescente, se fugó de casa con en ese
tiempo su novio, varios años mayor que ella, llamado Luis Jasso. Su padre la
buscó, tras encontrarla la golpeo y la encarceló de manera arbitraria en la
prisión municipal (sin ninguna causal u orden de aprehensión), la mantuvo bajo
arraigo por un número indeterminado de tiempo que se extendió por varios meses.
Ese mismo día Isidro Torres se convierte en prófugo de la justicia al asesinar
a un presunto delincuente, llamado Félix Órnelas, el finado era un hacendado
sospechoso de varios delitos, murió durante el intento de arresto al recibir
varios tiros por la espalda por parte de Isidro Torres. Este último huyo de la justicia
dejando a su hija encarcelada por 14 meses. Carmen salió de prisión gracias a
un hombre cincuentón dueño de una tienda de abarrotes con quien Carmen había
entablado un relación amorosa; fruto de esta relación procrearía un hijo.
La familia Torres Valenzuela, se vio forzada a cambiar su apellido por
el de González para evitar posibles represalias y a huir del pueblo. Su padre
se separo de su familia para vivir una vida de fugitivo.
Incursión como empresarias
Para 1935, la familia vivía en un estado de pobreza lamentable, las
hermanas habían conseguido empleo en una fábrica textil, pero los miserables
salarios que se pagaban apenas le servían para subsistir.
En 1938, Carmen conoce a un hombre llamado Jesús Vargas alías "El
Gato", este hombre era un vividor y criminal de poca monta; con él Carmen
entabla una relación, ese mismo año se va a vivir con él. Juntos abren una
pequeña cantina en El Salto. Vargas dilapidó todas las ganancias del
establecimiento hasta llevarlo a la ruina, después de esto Carmen abandonó a
Jesús Vargas y regresó a vivir con su familia.
Para ese momento los padres de las hermanas González habían muerto
dejándoles una modesta herencia, con esta capital Delfina González abrió su
primer burdel ubicado en El Salto, Jalisco. La prostitución era ilegal en
Jalisco, pero la vigilancia para combatir esa práctica era pobre. El prostíbulo
estuvo activo por mucho tiempo, hasta que una riña sucintada en el lugar llamo
la atención de las autoridades que cerraron el establecimiento.
El burdel "Guadalajara de noche"
En 1954, Delfina muda el establecimiento a San Juan de los Lagos,
Jalisco, durante las festividades de la feria anual celebrada en el pueblo.
Para establecer el negocio las mujeres contaron con el apoyo de varias
autoridades corruptas. El propio alcalde concedió los permisos para que el
negocio operara como bar a cambio de favores sexuales.
Las mujeres eran engañadas o compradas a tratantes, el sistema con el
que operaba el burdel era semejante al peonaje empleado durante el Porfiriato,
las mujeres cautivas estaban obligadas a comprarle a las madrotas suministros,
como ropa y comida, a precios arbitrarios, acumulando así inmensas deudas. Las
mujeres entonces eran forzadas a prostituirse para poder pagarles.
Corrupción
Según el relato de las hermanas González Valenzuela, las técnicas que
usaban para instalar un prostíbulo primero consistía en hacer amistad con las
autoridades para estar protegidas. En muchas ocasiones se hicieron amantes y
proporcionaron dinero a funcionarios locales para asegurar que su negocio no
fuera cerrado.
Ya instaladas en sus cabarets, “Las Poquianchis” contrataban personas
que recorrieran la República para buscar adolescentes de entre 13 y 15 años de
edad, para que por medio del engaño y la extorsión las condujeran a sus
negocios, donde una vez que entraban eran mantenidas en cautiverio para
prostituirlas.
La Secretaría de Salud emitía tarjetas de control falsas, que “Las
Poquianchis” utilizaban para presumir que sus muchachas estaban sanas. Estas
tarjetas costaban mucho dinero, pero servían para que los clientes estuvieran
tranquilos. Por supuesto, muchas de las prostitutas estaban enfermas.
Se destapa el caso
En 1964 Catalina Ortega, una de las más recientes muchachas en llegar
al prostíbulo, logró escapar y se presentó en la comandancia de la Policía
Judicial en León, Guanajuato. Las autoridades giraron una orden de aprehensión
y se dirigieron a San Francisco del Rincón. Ahí detuvieron a Delfina y a María
de Jesús. María Luisa logró escapar al último momento. El caso fue ampliamente
difundido por la revista Alarma. Muchas de las mujeres fueron rescatadas y
narraron los horrores que vivían en ese lugar.
Crímenes
La historia que las mujeres contaron a los judiciales les erizó los
cabellos a los agentes policíacos, pues ellas narraron cómo algunas de sus
compañeras fueron golpeadas y torturadas por sus matronas e incluso varias
fueron asesinadas y enterradas dentro del mismo predio dónde eran explotadas.
Las víctimas relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las
casas de citas, y que cuando resultaban embarazadas les practicaban abortos y
en caso de nacer los niños, éstos eran asesinados por las lenonas (parteras).
Según el relato de las rescatadas, “Las Poquianchis” también
asesinaban a aquellas prostitutas que “ya no les servían” a quienes sepultaban
vivas en un panteón clandestino ubicado en el poblado de Los Ángeles, en San
Francisco del Rincón. Este “trabajo” era realizado por el capitán del Ejército,
Hermenegildo Zúñiga Maldonado, conocido como “El Capitán Águila Negra”, quien
fue amante de Delfina y protector de las lenonas.
El relato
Delfina desarrolló un método de reclutamiento que dejaba mayores
ganancias: acudían a rancherías o pueblos cercanos, donde buscaban a las niñas
más bonitas. No importaba si tenían doce, trece o catorce años de edad;
llevaban cómplices masculinos que, si las sorprendían solas, simplemente se las
robaban. O si estaban acompañadas de sus padres, generalmente campesinos, se
les acercaban y les ofrecían darles trabajo a las hijas como sirvientas. Los
padres accedían, “Las Poquianchis” se llevaban a las niñas y de inmediato
empezaba su tormento.
Apenas llegaban al burdel, “Las Poquianchis” procedían a desnudar a
las niñas por completo y examinarlas. Si consideraban que tenían “suficiente
carne”, los ayudantes que habían contratado se encargaban de violarlas, uno
tras otro, vaginal y analmente. También las obligaban a practicarles sexo oral
y si lloraban o se resistían, las golpeaban.
Después, “Las Poquianchis” las bañaban con cubetadas de agua helada,
les daban vestidos y las sacaban por la noche a que comenzaran a atender a la
clientela del bar, bajo amenazas de muerte. Los clientes se mostraban siempre
encantados de que les proporcionaran niñas de tan corta edad para que los
atendieran, así que el negocio iba viento en popa. Las hermanas alimentaban a
sus esclavas sexuales solamente con cinco tortillas duras y un plato de
frijoles al día.
Cuando una de las prostitutas llegaba a cumplir veinticinco años, “Las
Poquianchis” ya la consideraban “vieja”. Procedían entonces a entregársela a
Salvador Estrada Bocanegra “El Verdugo”, quien la encerraba en uno de los
cuartos del rancho, sin darle de comer ni beber por varios días, y entrando
constantemente para patearla y golpearla con una tabla de madera en cuyo
extremo había un clavo afilado. Una vez que la mujer estaba tan débil que ya no
podía ni siquiera intentar defenderse, “El Verdugo” la llevaba a la parte de
afuera del rancho y, tras cavar una zanja profunda, la enterraba viva. A otras
las aplicaban planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea
para que murieran al caer, les destrozaban la cabeza a golpes.
Si una de las muchachas se embarazaba, si padecía anemia y estaba
demasiado débil para atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a
los parroquianos, era asesinada. Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos
y enterrados, con excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un
cliente que quería experimentar con él; mientras se dedicaron a maltratarlo.
También practicaban abortos clandestinos si alguna de las prostitutas
más populares quedaba embarazada, con tal de no perder esa fuente de ingresos.
Las mujeres además eran obligadas a limpiar el lugar, a cocinar y a atender a
“Las Poquianchis”.
“Las Poquianchis” habían reclutado a varios ayudantes que las
auxiliaban en sus labores. Uno era Francisco Camarena García, el chofer que se
encargaba de transportar a las jovencitas reclutadas, junto con Enrique
Rodríguez Ramírez; otro era Hermenegildo Zúñiga, ex capitán del ejército,
conocido como “El Águila Negra”, quien fungía como su guardaespaldas y cuidador
del burdel.
José Facio Santos, velador y cuidador del rancho; y Salvador Estrada
Bocanegra, “El Verdugo”, quien golpeaba a las prostitutas que protestaban por
algo y, cuando alguna amenazaba con marcharse o denunciar los maltratos a los
que era sometida, se encargaba de asesinarla y enterrarla. También policías y
militares utilizaban los servicios de las niñas esclavas, todo gratis a cambio
de protección para el burdel.
María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno
Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz “La Pico
Chulo” eran prostitutas que se convirtieron en celadoras y castigadoras a
cambio de que “Las Poquianchis” respetaran sus vidas.
Cuando alguna de las niñas nuevas no quería ceder ante el capricho de
algún cliente, ellas se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el
burdel, llevarla a un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. “La
Pico Chulo” también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles
la cara y el cráneo con una tranca de madera.
Ritos satánicos
Para 1963, “Las Poquianchis” incursionaron en el satanismo. Alguien
les dijo que si ofrecían sacrificios al Diablo, ganarían más dinero y tendrían
protección. Desde ese momento, cada vez que llegaban nuevas niñas reclutadas,
eran iniciadas en un extraño ritual.
Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando
una estrella de cinco puntas. Luego llevaban un gallo, el cuál era sacrificado.
Entonces Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del
animal. Desnudaban además a las niñas nuevas, quienes eran violadas y
sodomizadas por los cuidadores, mientras “Las Poquianchis” contemplaban la
escena y se reían.
Después sus ayudantes llevaban a la habitación a algún animal: un
macho cabrío o un perro, y obligaban a las niñas a realizar un acto zoofílico
para alegría de quienes contemplaban la escena. Después, los hombres llamaban a
las demás niñas para empezar una orgía, en la cual “Las Poquianchis” también
participaban. Semanas después, comenzarían otro negocio: le quitaban la carne a
los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla por kilo en
el mercado.
Condena
Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e
interrogatorios, finalmente Delfina, María de Jesús y María Luisa González
Valenzuela, fueron acusadas de lenocinio, secuestro y homicidio calificado y
recibieron la pena máxima de 40 años de prisión, sin embargo dos de ellas
murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad.
Delfina, conocida como La Poquianchis Mayor, falleció a los 56 años en
la cárcel de Irapuato, el 17 de octubre de 1968; María Luisa, apodada “Eva La
Piernuda”, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal de Irapuato en
noviembre de 1984 luego de ser consumida por un cáncer hepático y María de
Jesús fue la única que falleció en libertad.
Con la muerte de estas tres mujeres que hicieron historia, se cerró un
ciclo dentro en las páginas del periodismo policíaco en México.
El caso de “Las Poquianchis” fue tan famoso que incluso fue el
argumento de obras de teatro, películas y libros de algunos connotados
literatos que adaptaron la historia en un macabro cuento. Sin embargo, la
verdadera historia, siempre será más cruda y sangrienta que cualquier texto o
película que pudo o podrá hacerse.
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